"La flor que se marchita", por Mireya López.
Valeria Castillo siempre había sido una niña un poco tímida y reservada. En su infancia no tuvo muchos amigos, ella prefería jugar sola. Con los años, Valeria fue aislándose más y más de la sociedad. Vivía en un pueblo pequeño donde las calles siempre estaban llenas de niños y de gente. En verano hacía mucho calor y en invierno tenías que ir bien abrigado. En el centro del pueblo había una gran plaza con bancos de madera donde en verano se sentaba la gente a charlar. Vivía en una amplia casa donde convivía con sus dos padres que no veía mucho y con su abuelo que estaba viudo, además tenía un invernadero. Cuando llegaba del colegio se encerraba en su habitación donde pasaba el mayor tiempo de su día. Su habitación era de color morado ya que era su color favorito y además desde su ventana podía ver todo el pueblo ya que vivía en la parte más alta de este, un pueblo rústico con algunas casas muy antiguas y otras más nuevas en las afueras del pueblo. Esa habitación no era una simple habitación para ella, era su guarida donde nadie podía cuestionarla y donde se sentía a salvo. El único sitio donde la podías ver que no fuera su habitación era en el invernadero. El invernadero era un lugar luminoso, en la parte trasera de la casa, donde se podía respirar tranquilidad. Su abuelo José que vivía en su misma casa solía estar allí cuidando las plantas. Era invierno y Valeria fue a ver a su abuelo como de costumbre, su sorpresa fue cuando su abuelo no estaba allí, lo buscó por toda la casa pero no había rastro de él. En ese mismo instante llegó su madre llorando, estaba rota por dentro y no podía ni articular palabra. Valeria había perdido a su abuelo, la única persona que la entendía. Su abuelo era esa persona que le transmitía tanta paz, esa persona que le contaba tantas anécdotas y con la que se reía hasta que le dolía la tripa. Era esa persona tan tranquila y tan dedicada a lo que le gustaba. La única persona que sí la quería de verdad, que le mostraba todo su cariño y era pleno con ella. Siempre olía a flores de estar metido todo el día en el invernadero. Solía ir con su gorra gris que ya estaba desgastada por el tiempo. El tiempo no solo había desgastado la gorra sino que también a su abuelo. José era delgaducho, tenía la piel morena de haber trabajado toda su vida en el campo, tenía un bigote debajo de su nariz achatada, sus pelos eran finos y blanquecinos como si de pequeños hilos de seda se tratasen, tenía unas orejas grandes que resaltaban al verlo y unos ojos castaños. Ese frío invernal se llevó a la flor más preciada del invernadero. Valeria a los 10 años había perdido a su abuelo, ese acontecimiento le marcó para siempre. Con el tiempo Valeria fue creciendo, ya no era una niña ya tenía diecisiete años pero aun así no quería salir de casa ni de su habitación. Siempre estaba sola porque sus padres trabajaban todo el día, solo los veía a la hora de cenar. Sus padres eran dos personas trabajadoras, querían lo mejor para Valeria por eso trabajaban tanto, para que así le pudieran pagar la universidad, aunque ella solo quería pasar tiempo junto a ellos. Un día le llegó una notificación a su móvil. Un chico le había pedido solicitud de seguimiento por Instagram, ella se alegró. Valeria por entonces no tenía muchos amigos ya que era muy desconfiada. Ella le aceptó porque estaba ilusionada, dijo entre sí misma: “Por fin alguien que no va a mi clase quiere ser mi amigo”. Valeria hablaba a todas horas con él. Ella era una niña muy inocente, sin ninguna maldad, dulce como la miel, era una niña encantadora pero que no se mostraba al mundo. Con ese chico se sentía querida y escuchada cosa que hacía tiempo que no le pasaba, desde que su abuelo falleció. Valeria pensaba que nadie la trataría así en la vida, ella tenía una piel pálida y delicada casi de porcelana, tenía unas manos finas y larguiruchas, su cabello negro por los hombros rompía con ese blanco casi albino de su piel y daba un gran contraste. Sus labios rojizos como si de una llama de fuego se tratasen y sus ojos como luceros estaban en completa armonía. Ella se veía como un monstruo con manos infinitas, raquítico y horrible. Un monstruo que asustaría a cualquiera, por eso aquel chico le hacía sentir tan bien. Valeria cada vez estaba más enganchada a esas conversaciones, un día ese chico le pidió una foto, ella se extrañó pero se la mandó porque era su amigo y tenía gran confianza con él. Ese chico se llamaba César era un chico alto, de cabellos rubios, su piel ámbar y sus ojos verdes almendrados eran hipnotizantes, era muy guapo pero además era muy amable y atento con ella. Hablaban cada día y se contaban sus secretos y problemas. Ella le contaba cosas sobre cómo no se sentía querida con su familia y como perdió a su abuelo. Le hablaba de su amplia casa cerca del colegio y de su invernadero trasero que sin su abuelo iba marchitándose poco a poco. Aquel chico cada vez la controlaba más y le preguntaba que hacía en cada momento. Valeria no se daba cuenta de aquella obsesión porque era tan inocente que creía que la quería.
Un día Cesar le dijo de quedar en un bar cercano a su casa, Valeria aceptó quedar con él. Era la primera vez que se verían cara a cara. Al llegar, Valeria no vio a ningún joven. Un hombre alto, robusto, de unos cincuenta años, con el pelo lleno de canas, unas gafas pequeñas, piel áspera y con unos ojos negros como el carbón y de una siniestra mirada se le acercó. Le miraba fijamente y de una manera perturbadora. Valeria asustada pensó: “Ese hombre me está mirando mucho y si quiere hacerme algo.” Valeria se sentía cada vez más observada e inquietada así que decidió marcharse. El hombre salió detrás de ella, fue en la calle cuando le dijo:
-¿Eres Valeria verdad? Yo soy Cesar el chico con el que hablas todas las noches. Valeria corrió a casa y no se lo contó a nadie. Borró sus perfiles y dejó de utilizar las redes por un tiempo. Valeria cada día se sentía peor. Un día se lo dijo a sus padres. Esa preocupación la estaba consumiendo, estaba dejando que la flor se fuera marchitando poco a poco. Sus padres pronto la ayudaron y comprendieron que lo que necesitaba Valeria era el apoyo de ellos dos.
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